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Gardenias.
Al segundo lunes sin gardenias, Seth llegó de visita con tres en una caja,
en memoria de Neko, dijo. La muerte reciente del gato contribuía a la
desgana en los huesos de Alma y el agobiante perfume de las flores no
ayudó a aliviarla. Seth las puso en un plato de agua, preparó té para
ambos y se instaló con su abuela en el sofá de la salita.
—¿Qué ha pasado con las flores de Ichimei Fukuda, abuela? —le
preguntó con tono indiferente.
—¿Qué sabes tú de Ichimei, Seth? —respondió Alma, alarmada.
—Bastante. Supongo que ese amigo suyo tiene que ver con las cartas y
las gardenias que recibe y con sus escapadas. Usted puede hacer lo que
quiera, claro,. pero me parece que no tiene edad para andar por allí sola
o mal acompañada.
—¡Me has estado espiando! ¿Cómo te atreves a meter las narices en mi
vida?.
—Estoy preocupado por usted, abuela. Debe de ser que le he tomado
afecto, a pesar de lo gruñona que es. No tiene nada que esconder, puede
confiar en Irina y en mí. Somos sus cómplices en cualquier tontería que
se le ocurra.
—¡No es ninguna tontería!.
—Por supuesto. Perdone. Sé que es un amor de toda la vida. Irina
escuchó por casualidad una conversación entre usted y Lenny Beal.
Para entonces Alma y el resto de los Belasco sabían que Irina estaba
viviendo en el apartamento de Seth,. si no a tiempo completo, al menos
varios días por semana. Doris y Larry se abstuvieron de hacer
comentarios negativos con la esperanza de que la patética inmigrante
de Moldavia fuera una calaverada pasajera de su hijo,. pero recibían a
Irina con helada cortesía,. en vista de lo cual ella se abstenía de asistir a
los almuerzos dominicales en Sea Cliff,. donde Alma y Seth insistían en
arrastrarla. En cambio Pauline, quien se había opuesto sin excepción a
las novias atléticas de Seth, le abrió los brazos. «Te felicito, hermano.
Irina es refrescante y tiene más carácter que tú. Sabrá manejarte en la
vida».
—¿Por qué no me lo cuenta todo, abuela?. No tengo pasta de detective ni
deseos de espiarla —le rogó Seth a Alma.
La taza de té amenazaba con derramarse en las manos temblorosas de
Alma y su nieto se la quitó y la puso en la mesa. La ira inicial de la
mujer se había disipado y en su lugar la invadió una gran lasitud,. un
deseo medular de desahogarse y confesarle a su nieto sus errores,.
contarle que se estaba apolillando por dentro y muriendo poco a poco y
en buena hora,. porque ya no podía más de cansancio y se moriría
contenta y enamorada, qué más se podía pedir a los ochenta y tantos
años,. después de mucho vivir y amar y tragarse las lágrimas.
—Llama a Irina. No quiero tener que repetir el cuento —le dijo a Seth.
Irina recibió el mensaje de texto en su celular cuando estaba en la
oficina de Hans Voigt, con Catherine Hope, Lupita Farías y las dos jefas
de asistencia y enfermería,. discutiendo el asunto del fallecimiento
electivo, eufemismo que reemplazaba al término suicidio, prohibido por
el director. En la recepción habían interceptado un paquete fatídico de
Tailandia,. que yacía a modo de evidencia sobre el escritorio del director.
Venía a nombre de Helen Dempsey, residente del tercer nivel, de ochenta
y nueve años, con cáncer recurrente, sin familia ni ánimo para soportar
nuevamente la quimioterapia. Las instrucciones indicaban que el
contenido se ingería con alcohol y el fin llegaba apaciblemente en el
sueño. «Deben de ser barbitúricos», dijo Cathy. «O veneno de ratas»,
agregó Lupita. El director quería saber cómo diablos encargó Helen
Dempsey eso sin que nadie se enterara;. se suponía que el personal debía
estar atento. Sería muy inconveniente que se corriera la voz de que en
Lark House había suicidas,. sería un desastre para la imagen de la
institución. En el caso de muertes sospechosas, como la de Jacques
Devine, se cuidaban de no realizar una investigación demasiado
minuciosa;. mejor ignorar los detalles. Los empleados culpaban a los
fantasmas de Emily y su hijo,. que se llevaban a los desesperados,
porque cada vez que alguien fallecía, fuera por causa natural o ilegal,.
Jean Daniel, el cuidador haitiano, se topaba con la joven de los velos
rosados y su desafortunado niño. La visión le ponía los pelos de punta.
Había pedido que contrataran a una compatriota suya, peluquera por
necesidad y sacerdotisa vudú por vocación,. para que los enviara al
reino del otro mundo, donde les correspondía estar,. pero a Hans Voigt
no le alcanzaba el presupuesto para ese tipo de gasto ya que a duras
penas mantenía a flote a la comunidad haciendo malabarismos
financieros. El tema resultaba poco oportuno para Irina,. que andaba
lloriqueando porque un par de días antes había sostenido a Neko en
brazos,. mientras le ponían la inyección misericordiosa que acabó con
los achaques de su ancianidad. Alma y Seth fueron incapaces de
acompañar al gato en ese trance, la primera por pena y el segundo por
cobardía. Dejaron a Irina sola en el apartamento para recibir al
veterinario. No llegó el doctor Kallet, quien tuvo un problema de familia
a última hora, sino una muchacha miope y nerviosa con aspecto de
recién graduada. Sin embargo, la joven resultó ser eficiente y
compasiva;. el gato se fue ronroneando, sin darse cuenta. Seth debía
llevar el cadáver al crematorio de animales,. pero por el momento Neko
estaba en una bolsa de plástico en el refrigerador de Alma. Lupita
Farías conocía a un taxidermista mexicano que podía dejarlo como vivo,.
relleno con estopa y con ojos de vidrio, o bien limpiar y pulir la
calavera,. que colocada en un pequeño pedestal serviría de adorno. Les
propuso a Irina y Seth que le dieran esa sorpresa a Alma,. pero a ellos
les pareció que el gesto no sería debidamente apreciado por la abuela.
«En Lark House tenemos el deber de desalentar cualquier intento de
fallecimiento electivo, ¿está claro?», machacó Hans Voigt por tercera o
cuarta vez,. con una firme mirada de advertencia a Catherine Hope,
porque a ella recurrían los pacientes con dolor crónico, los más
vulnerables. Sospechaba, y con razón, que esas mujeres sabían más de
lo que estaban dispuestas a decirle. Cuando Irina vio el mensaje de Seth
en la pantalla de su celular lo interrumpió: «Disculpe, señor Voigt, es
una emergencia». Eso les dio a las cinco la posibilidad de escapar,
dejando al director en la mitad de una frase.
Encontró a Alma sentada en su cama, con un chal en las piernas, donde
su nieto la había instalado al verla vacilar. Pálida y sin pintura de labios,
era una anciana encogida. «Abran la ventana. Este aire delgado de
Bolivia me está matando», pidió. Irina le explicó a Seth que su abuela no
deliraba, se refería a la sensación de ahogo, el zumbido de oídos y el
desfallecimiento del cuerpo,. similar a la que tuvo cuando se apunó en La
Paz,. a tres mil seiscientos metros de altura, muchos años antes. Seth
sospechó que los síntomas no se debían al aire boliviano, sino al gato en
la nevera.
Alma empezó por hacerles jurar que guardarían sus secretos hasta
después de su muerte y procedió a repetirles lo que ya les había
contado,. porque decidió que era mejor hilar ese tejido desde el
principio. Comenzó por la despedida de sus padres en el muelle de
Danzig,. la llegada a San Francisco y cómo se agarró de la mano de
Nathaniel, presintiendo tal vez que nunca la soltaría;. siguió con el
instante preciso en que conoció a Ichimei Fukuda, el más memorable de
los instantes atesorados en la memoria,. y de allí fue avanzando por el
camino del pasado con una claridad tan diáfana como si leyera en voz
alta. Las dudas de Seth sobre el estado mental de su abuela se
evaporaron. Durante los tres años anteriores en que le había sonsacado
material para su libro,. Alma había demostrado su virtuosismo de
narradora,. su sentido del ritmo y habilidad para mantener el suspenso,.
su capacidad de contrastar los hechos luminosos con los más trágicos,.
luz y sombra, como las fotografías de Nathaniel Belasco,. pero hasta esa
tarde no le había dado oportunidad de admirarla en un maratón de
esfuerzo sostenido. Con algunas pausas para beber té y mordisquear
unas galletas, Alma habló durante horas. Se hizo de noche sin que
ninguno de los tres lo percibiera,. la abuela hablando y los jóvenes
atentos. Les contó su reencuentro con Ichimei a los veintidós años,.
después de doce sin verse, de cómo el amor dormido de la infancia los
noqueó a ambos con fuerza irresistible,. aunque sabían que era un amor
condenado y, de hecho, duró menos de un año. La pasión es universal y
eterna a través de los siglos, dijo, pero las circunstancias y las
costumbres cambian todo el tiempo. y resultaba difícil entender sesenta
años más tarde los obstáculos insalvables con que ellos se enfrentaron
en aquellos años. Si pudiera ser joven de nuevo, con lo que sabía de sí
misma ahora de vieja,. repetiría lo que hizo; porque no se habría
atrevido a dar un paso definitivo con Ichimei, se lo habían impedido las
convenciones; nunca fue valiente, acataba las normas. Cometió su único
acto de desafío a los setenta y ocho años, cuando abandonó la casa de
Sea Cliff para instalarse en Lark House. A los veintidós años,
sospechando que tenían el tiempo contado,. Ichimei y ella se
atragantaron de amor para consumirlo entero, pero cuanto más
intentaban agotarlo, más imprudente era el deseo, y quien diga que todo
fuego se apaga solo tarde o temprano, se equivoca:. hay pasiones que
son incendios hasta que las ahoga el destino de un zarpazo y aun así
quedan brasas calientes listas para arder apenas se les da oxígeno. Les
habló de Tijuana y del casamiento con Nathaniel y de cómo habrían de
transcurrir otros siete años para ver a Ichimei en el funeral de su
suegro,. pensando en él sin ansiedad, porque no esperaba volver a
encontrarlo,. y otros siete antes de que pudieran finalmente realizar el
amor que todavía compartían.
—Entonces, abuela, ¿mi papá no es hijo de Nathaniel?. ¡En ese caso yo
soy nieto de Ichimei!. ¡Dígame si soy Fukuda o Belasco! —exclamó Seth.
—Si fueras Fukuda, tendrías algo de japonés, ¿no crees? Eres Belasco.